miércoles, 8 de julio de 2009

mil años sin visitar mi blog, esta vida que me hace divagar y no tener tiempo para nada, pero es inevitable no se puede parar...

jueves, 4 de diciembre de 2008

Una alegría...


Esperando Nacer
(Pancho Puelma)

Hoy todo puedo sentir, puedo reir, no se ni pensar ni hablar, mas soy feliz, no tengo frio ni calor, todo va bien y creciendo estoy, no tengo hambre ni preocupación y siento un gran amor. Y de esta divinidad, tendré que partir, mi padre y mi madre están, esperándome, tienen ideas para mi, que yo quisiera todas compartir, mas hoy presiento que estaría bien, que me quedara aquí.


Será un ingeniero dice el abuelo, o un gran arquitecto sería perfecto, y si es un artista, que horror un bohemio, mejor una niña que cumpla mis sueños. Que siga la huella de Jesús Nazareno, no, no mejor empresario será millonario, un doctor famoso, un fisico loco, y yo sólo quiero aprender a respirar.Y ahora que la hora llega, la de partir, a todos los que me esperan, voy a decir, quiero reir, cantar, jugar, sentir, amar y también llorar, por eso siento que estaría bien, que me quedara aquí. Será un ingeniero dice el abuelo...

Martina Antonia, espero con ansias tu llegada...


el fin del comienzo


Acabo de coronar mi trabajo para la asignatura de Lectura y Escritura; por eso he decidido detenerme un momento para dar las gracias a quien fue el mediador entre mi pequeña creación y yo. Gracias profesor, por la magnífica oportunidad que me ha dada de conocerlo y de permitirme expresarme libremente, sin duda permanecerá en mis recuerdos...



Ahora con mi blog, voy en busca del infinito...


Lectura 8º Básico



El vaso de leche

[Cuento. Texto completo]
Manuel Rojas


Afirmado en la barandilla de estribor, el marinero parecía esperar a alguien. Tenía en la mano izquierda un envoltorio de papel blanco, manchado de grasa en varias partes. Con la otra mano atendía la pipa.
Entre unos vagones apareció un joven delgado; se detuvo un instante, miró hacia el mar y avanzó después, caminando por la orilla del muelle con las manos en los bolsillos, distraído o pensando.
Cuando pasó frente al barco, el marinero le gritó en inglés:
-I say; look here! (¡Oiga, mire!)
El joven levantó la cabeza y, sin detenerse, contestó en el mismo idioma:
-Hallow! What? (¡Hola! ¡Qué?)
-Are you hungry? (¿Tiene hambre?)
Hubo un breve silencio, durante el cual el joven pareció reflexionar y hasta dio un paso más corto que los demás, como para detenerse; pero al fin dijo, mientras dirigía al marinero una sonrisa triste:
-No, I am not hungry! Thank you, sailor. (No, no tengo hombre. Muchas gracias, marinero.)
-Very well. (Muy bien.)
Sacose la pipa de la boca el marinero, escupió y colocándosela de nuevo entre los labios, miró hacia otro lado. El joven, avergonzado de que su aspecto despertara sentimientos de caridad, pareció apresurar el paso, como temiendo arrepentirse de su negativa.
Un instante después un magnífico vagabundo, vestido inverosímilmente de harapos, grandes zapatos rotos, larga barba rubia y ojos azules, pasó ante el marinero, y éste, sin llamarlo previamente, le gritó:
-Are you hungry?
No había terminado aún su pregunta cuando el atorrante, mirando con ojos brillantes el paquete que el marinero tenía en las manos, contestó apresuradamente:
-Yes, sir, I am very hungry! (Sí, señor, tengo harta hambre.)
Sonrió el marinero. El paquete voló en el aire y fue a caer entre las manos ávidas del hambriento. Ni siquiera dio las gracias y abriendo el envoltorio calentito aún, sentose en el suelo, restregándose las manos alegremente al contemplar su contenido. Un atorrante de puerto puede no saber inglés, pero nunca se perdonaría no saber el suficiente como para pedir de comer a uno que hable ese idioma.
El joven que pasara momentos antes, parado a corta distancia de allí, presenció la escena.
Él también tenía hambre. Hacía tres días justos que no comía, tres largos días. Y más por timidez y vergüenza que por orgullo, se resistía a pararse delante de las escalas de los vapores, a las horas de comida, esperando de la generosidad de los marineros algún paquete que contuviera restos de guisos y trozos de carne. No podía hacerlo, no podría hacerlo nunca. Y cuando, como es el caso reciente, alguno le ofrecía sus sobras, las rechazaba heroicamente, sintiendo que la negativa aumentaba su hambre.
Seis días hacía que vagaba por las callejuelas y muelles de aquel puerto. Lo había dejado allí un vapor inglés procedente de Punta Arenas, puerto en donde había desertado de un vapor en que servía como muchacho de capitán. Estuvo un mes allí, ayudando en sus ocupaciones a un austriaco pescador de centollas, y en el primer barco que pasó hacia el norte embarcose ocultamente. Lo descubrieron al día siguiente de zarpar y enviáronlo a trabajar en las calderas. En el primer puerto grande que tocó el vapor lo desembarcaron, y allí quedó, como un fardo sin dirección ni destinatario, sin conocer a nadie, sin un centavo en los bolsillos y sin saber trabajar en oficio alguno. Mientras estuvo allí el vapor, pudo comer, pero después... La ciudad enorme, que se alzaba más allá de las callejuelas llenas de tabernas y posadas pobres, no le atraía; parecíale un lugar de esclavitud, sin aire, oscura, sin esa grandeza amplia del mar, y entre cuyas altas paredes y calles rectas la gente vive y muere aturdida por un tráfago angustioso.
Estaba poseído por la obsesión del mar, que tuerce las vidas más lisas y definidas como un brazo poderoso una delgada varilla. Aunque era muy joven había hecho varios viajes por las costas de América del Sur, en diversos vapores, desempeñando distintos trabajos y faenas, faenas y trabajos que en tierra casi no tenían explicación.
Después que se fue el vapor anduvo, esperando del azar algo que le permitiera vivir de algún modo mientras volvía a sus canchas familiares; pero no encontró nada. El puerto tenía poco movimiento y en los contados vapores en que se trabajaba no lo aceptaron.
Ambulaban por allí infinidad de vagabundos de profesión; marineros sin contrata, como él, desertados de un vapor o prófugos de algún delirio; atorrantes abandonados al ocio, que se mantienen de no se sabe qué, mendigando o robando, pasando los días como las cuentas de un rosario mugriento, esperando quién sabe qué extraños acontecimientos, o no esperando nada, individuos de las razas y pueblos más exóticos y extraños, aun de aquellos en cuya existencia no se cree hasta no haber visto un ejemplar.
*
Al día siguiente, convencido de que no podría resistir mucho más, decidió recurrir a cualquier medio para procurarse alimentos.
Caminando, fue a dar delante de un vapor que había llegado la noche anterior y que cargaba trigo. Una hilera de hombres marchaba, dando la vuelta, al hombro los pesados sacos, desde los vagones, atravesando una planchada, hasta la escotilla de la bodega, donde los estibadores recibían la carga. Estuvo un rato mirando hasta que atreviose a hablar con el capataz, ofreciéndose. Fue aceptado y animosamente formó parte de la larga fila de cargadores.
Durante el tiempo de la jornada trabajó bien; pero después empezó a sentirse fatigado y le vinieron vahídos, vacilando en la planchada cuando marchaba con la carga al hombro, viendo a sus pies la abertura formada por el costado del vapor y el murallón del muelle, en el fondo de la cual, el mar, manchado de aceite y cubierto de desperdicios, glogloteaba sordamente.
A la hora de almorzar hubo un breve descanso y en tanto que algunos fueron a comer en los figones cercanos y otros comían lo que habían llevado, él se tendió en el suelo a descansar, disimulando su hambre.
Terminó la jornada completamente agotado, cubierto de sudor, reducido ya a lo último. Mientras los trabajadores se retiraban, se sentó en unas bolsas acechando al capataz, y cuando se hubo marchado el último acercose a él y confuso y titubeante, aunque sin contarle lo que le sucedía, le preguntó si podían pagarle inmediatamente o si era posible conseguir un adelanto a cuenta de lo ganado.
Contestole el capataz que la costumbre era pagar al final del trabajo y que todavía sería necesario trabajar el día siguiente para concluir de cargar el vapor. ¡Un día más! Por otro lado, no adelantaban un centavo.
-Pero -le dijo-, si usted necesita, yo podría prestarle unos cuarenta centavos... No tengo más.
Le agradeció el ofrecimiento con una sonrisa angustiosa y se fue. Le acometió entonces una desesperación aguda. ¿Tenía hambre, hambre, hambre! Un hambre que lo doblegaba como un latigazo; veía todo a través de una niebla azul y al andar vacilaba como un borracho. Sin embargo, no había podido quejarse ni gritar, pues su sufrimiento era obscuro y fatigante; no era dolor, sino angustia sorda, acabamiento; le parecía que estaba aplastado por un gran peso. Sintió de pronto como una quemadura en las entrañas, y se detuvo. Se fue inclinando, inclinando, doblándose forzadamente y creyó que iba a caer. En ese instante, como si una ventana se hubiera abierto ante él, vio su casa, el paisaje que se veía desde ella, el rostro de su madre y el de sus hermanos, todo lo que él quería y amaba apareció y desapareció ante sus ojos cerrados por la fatiga... Después, poco a poco, cesó el desvanecimiento y se fue enderezando, mientras la quemadura se enfriaba despacio. Por fin se irguió, respirando profundamente. Una hora más y caería al suelo.
Apuró el paso, como huyendo de un nuevo mareo, y mientras marchaba resolvió ir a comer a cualquier parte, sin pagar, dispuesto a que lo avergonzaran, a que le pegaran, a que lo mandaran preso, a todo; lo importante era comer, comer, comer. Cien veces repitió mentalmente esta palabra; comer, comer, comer, hasta que el vocablo perdió su sentido, dejándole una impresión de vacío caliente en la cabeza.
No pensaba huir; le diría al dueño: "Señor, tenía hambre, hambre, hambre, y no tengo con qué pagar... Haga lo que quiera".
Llegó hasta las primeras calles de la ciudad y en una de ellas encontró una lechería. Era un negocio muy claro y limpio, lleno de mesitas con cubiertas de mármol: Detrás de un mostrador estaba de pie una señora rubia con un delantal blanquísimo.
Eligió ese negocio. La calle era poco transitada. Habría podido comer en uno de los figones que estaban junto al muelle, pero se encontraban llenos de gente que jugaba y bebía.
En la lechería no había sino un cliente. Era un vejete de anteojos, que con la nariz metida entre las hojas de un periódico, leyendo, permanecía inmóvil, como pegado a la silla. Sobre la mesita había un vaso de leche a medio consumir. Esperó que se retirara, paseando por la acera, sintiendo que poco a poco se le encendía en el estómago la quemadura de antes, y esperó cinco, diez, hasta quince minutos. Se cansó y parose a un lado de la puerta, desde donde lanzaba al viejo una miradas que parecían pedradas.
¿Qué diablos leería con tanta atención! Llegó a imaginarse que era un enemigo suyo, quien, sabiendo sus intenciones, se hubiera propuesto entorpecerlas. Le daban ganas de entrar y decirle algo fuerte que le obligara a marcharse, una grosería o una frase que le indicara que no tenía derecho a permanecer una hora sentado, y leyendo, por un gasto reducido.
Por fin el cliente terminó su lectura, o por lo menos, la interrumpió. Se bebió de un sorbo el resto de leche que contenía el vaso, se levantó pausadamente, pagó y dirigiose a la puerta. Salió; era un vejete encorvado, con trazas de carpintero o barnizador.
Apenas estuvo en la calle, afirmose los anteojos, metió de nuevo la nariz entre las hojas del periódico y se fue, caminando despacito y deteniéndose cada diez pasos para leer con más detenimiento.
Esperó que se alejara y entró. Un momento estuvo parado a la entrada, indeciso, no sabiendo dónde sentarse; por fin eligió una mesa y dirigiose hacia ella; pero a mitad de camino se arrepintió, retrocedió y tropezó en una silla, instalándose después en un rincón.
Acudió la señora, pasó un trapo por la cubierta de la mesa y con voz suave, en la que se notaba un dejo de acento español, le preguntó:
-¿Qué se va a servir?
Sin mirarla, le contestó:
-Un vaso de leche.
-¿Grande?
-Sí, grande.
-¿Solo?
-¿Hay bizcochos?
-No; vainillas.
-Bueno, vainillas.
Cuando la señora se dio vuelta, él se restregó las manos sobre las rodillas, regocijado, como quien tiene frío y va a beber algo caliente. Volvió la señora y colocó ante él un gran vaso de leche y un platito lleno de vainillas, dirigiéndose después a su puesto detrás del mostrador. Su primer impulso fue beberse la leche de un trago y comerse después las vainillas, pero en seguida se arrepintió; sentía que los ojos de la mujer lo miraban con curiosidad. No se atrevía a mirarla; le parecía que, al hacerlo, conocería su estado de ánimo y sus propósitos vergonzosos y él tendría que levantarse e irse, sin probar lo que había pedido.
Pausadamente tomó una vainilla, humedeciola en la leche y le dio un bocado; bebió un sorbo de leche y sintió que la quemadura, ya encendida en su estómago, se apagaba y deshacía. Pero, en seguida, la realidad de su situación desesperada surgió ante él y algo apretado y caliente subió desde su corazón hasta la garganta; se dio cuenta de que iba a sollozar, a sollozar a gritos, y aunque sabía que la señora lo estaba mirando no pudo rechazar ni deshacer aquel nudo ardiente que le estrechaba más y más. Resistió, y mientras resistía comió apresuradamente, como asustado, temiendo que el llanto le impidiera comer. Cuando terminó con la leche y las vainillas se le nublaron los ojos y algo tibio rodó por su nariz, cayendo dentro del vaso. Un terrible sollozo lo sacudió hasta los zapatos.
Afirmó la cabeza en la manos y durante mucho rato lloró, lloró con pena, con rabia, con ganas de llorar, como si nunca hubiese llorado.
*
Inclinado estaba y llorando, cuando sintió que una mano le acariciaba la cansada cabeza y que una voz de mujer, con un dulce acento español, le decía:
-Llore, hijo, llore...
Una nueva ola de llanto le arrasó los ojos y lloró con tanta fuerza como la primera vez, pero ahora no angustiosamente, sino con alegría, sintiendo que una gran frescura lo penetraba, apagando eso caliente que le había estrangulado la garganta. Mientras lloraba pareciole que su vida y sus sentimientos se limpiaban como un vaso bajo un chorro de agua, recobrando la claridad y firmeza de otros días.
Cuando pasó el acceso de llanto se limpió con su pañuelo los ojos y la cara, ya tranquilo. Levantó la cabeza y miró a la señora, pero ésta no le miraba ya, miraba hacia la calle, a un punto lejano, y su rostro estaba triste. En la mesita, ante él, había un nuevo vaso de leche y otro platillo colmado de vainillas; comió lentamente, sin pensar en nada, como si nada le hubiera pasado, como si estuviera en su casa y su madre fuera esa mujer que estaba detrás del mostrador.
Cuando terminó ya había oscurecido y el negocio se iluminaba con una bombilla eléctrica. Estuvo un rato sentado, pensando en lo que le diría a la señora al despedirse, sin ocurrírsele nada oportuno.
Al fin se levantó y dijo simplemente:
-Muchas gracias, señora; adiós...
-Adiós, hijo... -le contestó ella.
Salió. El viento que venía del mar refrescó su cara, caliente aún por el llanto. Caminó un rato sin dirección, tomando después por una calle que bajaba hacia los muelles. La noche era hermosísima y grandes estrellas aparecían en el cielo de verano.
Pensó en la señora rubia que tan generosamente se había conducido e hizo propósitos de pagarle y recompensarla de una manera digna cuando tuviera dinero; pero estos pensamientos de gratitud se desvanecían junto con el ardor de su rostro, hasta que no quedó ninguno, y el hecho reciente retrocedió y se perdió en los recodos de su vida pasada.
De pronto se sorprendió cantando algo en voz baja. Se irguió alegremente, pisando con firmeza y decisión.
Llegó a la orilla del mar y anduvo de un lado para otro, elásticamente, sintiéndose rehacer, como si sus fuerzas interiores, antes dispersas, se reunieran y amalgamaran sólidamente.
Después la fatiga del trabajo empezó a subirle por las piernas en un lento hormigueo y se sentó sobre un montón de bolsas.
Miró el mar. Las luces del muelle y las de los barcos se extendían por el agua en un reguero rojizo y dorado, temblando suavemente. Se tendió de espaldas, mirando el cielo largo rato. No tenía ganas de pensar, ni de cantar, ni de hablar. Se sentía vivir, nada más.
Hasta que se quedó dormido con el rostro vuelto hacia el mar.


Actividades para comentar la lectura:
1. ¿ Quién es el protagonista del cuento y en qué situación se encuentra?
2. ¿Por qué rechaza el ofrecimiento del marinero?
3. En un momento de la historia el personaje siente una "desesperación aguda"
¿Cuál es ese momento?
¿Qué siente?
¿Qué decisión toma?
¿Qué imágenes aparecen en su mente, que lo incentivan a actuar?
4. Cuando el personaje entró al negocio, nosotros como lectores sabíamos que él no tenía dineero.¿Qué pensaste que iba a ocurrir?
5.¿Qué opinas de la actitud de la mujer?
6. Según lo describe en el cuento, ¿qué emociones y sentimientos se hacen presentes en la gente del puerto?

Lectura 7º Básico


El Padre
(de Olegario Lazo Baeza)


Un viejecito de barba larga y blanca, bigotes enrubiecidos por la nicotina, manta roja, zapatos de taco alto, sombrero de pita y un canasto al brazo, se acercaba, se alejaba y volvía tímidamente a la puerta del cuartel. Quiso interrogar al centinela, pero el soldado le cortó la palabra en la boca, con el grito:

-¡Cabo de guardia!El suboficial apareció de un salto en la puerta, como si hubiera estado en acecho.

Interrogado con la vista y con un movimiento de la cabeza hacia arriba, el desconocido habló:

-¿Estará mi hijo?El cabo soltó la risa.

El centinela permaneció impasible, frío como una estatua de sal.

-El regimiento tiene trescientos hijos; falta saber el nombre del suyo repuso el suboficial.

-Manuel… Manuel Zapata, señor.

El cabo arrugó la frente y repitió, registrando su memoria:-¿Manuel Zapata…? ¿Manuel Zapata…?Y con tono seguro:-No conozco ningún soldado de ese nombre.El paisano se irguió orgulloso sobre las gruesas suelas de sus zapatos, y sonriendo irónicamente:

-¡Pero si no es soldado! Mi hijo es oficial, oficial de línea…

El trompeta, que desde el cuerpo de guardia oía la conversación, se acercó, codeó al cabo, diciéndole por lo bajo:

-Es el nuevo, el recién salido de la Escuela.-¡Diablos! El que nos palabrea tanto…

El cabo envolvió al hombre en una mirada investigadora y, como lo encontró pobre, no se atrevió a invitarlo al casino de oficiales. Lo hizo pasar al cuerpo de guardia.

El viejecito se sentó sobre un banco de madera y dejó su canasto al lado, al alcance de su mano. Los soldados se acercaron, dirigiendo miradas curiosas al campesino e interesadas al canasto. Un canasto chico, cubierto con un pedazo de saco. Por debajo de la tapa de lona empezó a picotear, primero, y a asomar la cabeza después, una gallina de cresta roja y pico negro abierto por el calor.

Al verla, los soldados palmotearon y gritaron como niños:-¡Cazuela! ¡Cazuela!

El paisano, nervioso por la idea de ver a su hijo, agitado con la vista de tantas armas, reía sin motivo y lanzaba atropelladamente sus pensamientos.-¡Ja, ja, ja!… Sí, Cazuela…, pero para mi niño.

Y con su cara sombreada por una ráfaga de pesar, agregó:

-¡Cinco años sin verlo…!

Mas alegre rascándose detrás de la oreja:

-No quería venirse a este pueblo. Mi patrón lo hizo militar. ¡Ja, ja, ja…!Uno de guardia, pesado y tieso por la bandolera, el cinturón y el sable, fue a llamar al teniente.

Estaba en el picadero, frente a las tropas en descanso, entre un grupo de oficiales. Era chico, moreno, grueso, de vulgar aspecto.

El soldado se cuadró, levantando tierra con sus pies al juntar los tacos de sus botas, y dijo:

-Lo buscan…, mi teniente.

No sé por qué fenómeno del pensamiento, la encogida figura de su padre relampagueó en su mente.Alzó la cabeza y habló fuerte, con tono despectivo, de modo que oyeran sus camaradas:

-En este pueblo…, no conozco a nadie…

El soldado dio detalles no pedidos:

-Es un hombrecito arrugado, con manta… Viene de lejos. Trae un canastito…Rojo, mareado por el orgullo, llevó la mano a la visera:

-Está bien… ¡Retírese!

La malicia brilló en la cara de los oficiales. Miraron a Zapata… Y como éste no pudo soportar el peso de tantos ojos interrogativos, bajó la cabeza, tosió, encendió un cigarrillo, y empezó a rayar el suelo con la contera de su sable.A los cinco minutos vino otro de guardia. Un conscripto muy sencillo, muy recluta, que parecía caricatura de la posición de firmes.

A cuatro pasos de distancia le gritó, aleteando con los brazos como un pollo:

-¡Lo buscan, mi teniente!

Un hombrecito del campo… dice que es el padre de su mercé…

Sin corregir la falta de tratamiento del subalterno, arrojó el cigarro, lo pisó con furia, y repuso:

-¡Váyase! Ya voy.Y para no entrar en explicaciones, se fue a las pesebreras.

El oficial de guardia, molesto con la insistencia del viejo, insistencia que el sargento le anunciaba cada cinco minutos, fue a ver a Zapata.

Mientras tanto, el padre, a quien los años habían tornado el corazón de hombre en el de niño, cada vez más nervioso, quedó con el oído atento. Al menor ruido, miraba afuera y estiraba el cuello, arrugado y rojo como cuello de pavo. Todo paso lo hacía temblar de emoción, creyendo que su hijo venía a abrazarlo, a contarle su nueva vida, a mostrarle sus armas, sus arreos, sus caballos…

El oficial de guardia encontró a Zapata simulando inspeccionar las caballerizas. Le dijo, secamente, sin preámbulos:

-Te buscan… Dicen que es tu padre.Zapata,

desviando la mirada, no contestó.

-Está en el cuerpo de guardia… No quiere moverse.

Zapata golpeó el suelo con el pie, se mordió los labios con furia, y fue allá.

Al entrar, un soldado gritó:

-¡Atenciooón!

La tropa se levantó rápida como un resorte. Y la sala se llenó con ruido de sables, movimientos de pies y golpes de taco.

El viejecito, deslumbrado con los honores que le hacían a su hijo, sin acordarse del canasto y de la gallina, con los brazos extendidos, salió a su encuentro. Sonreía con su cara de piel quebrada como corteza de árbol viejo.

Temblando de placer, gritó:-¡Mañungo!, ¡Mañunguito…!

El oficial lo saludó fríamente.Al campesino se le cayeron los brazos. Le palpitaban los músculos de la cara.

El teniente lo sacó con disimulo del cuartel.

En la calle le sopló al oído:

-¡Qué ocurrencia la suya…! ¡Venir a verme…! Tengo servicio… No puedo salir.

Y se entró bruscamente.

Y el campesino volvió a la guardia, desconcertado, tembloroso.Hizo un esfuerzo, sacó la gallina del canasto y se la dio al sargento.

-Tome: para ustedes, para ustedes solos.

Dijo adiós y se fue arrastrando los pies, pesados por el desengaño. Pero desde la puerta se volvió para agregar, con lágrimas en los ojos:

-Al niño le gusta mucho la pechuga. ¡Denle un pedacito…!.
Actividades
Luego de leer en forma comprensiva el cuento El Padre, responde las siguientes preguntas de desarrollo:
1. ¿Cuál es la finalidad del Padre al presentarse en el Regimiento?
2.Nombra tres acontecimientos del cuento.
3. Busca en la siguiente lista, los motivos o temas recurrentes que mueven la acción de este relato, Explícalos brevemente.
*Preocupación del padre
*Burlarse del más débil
*Echar de menos al hijo
*Generosidad
* No querer perder la autoridad
4. ¿Te parece que este cuento es cercano a tu realidad? ¿Por qué?
5. ¿Qué opinas de la actitud de este padre y de este hijo? Fundamenta tus respuestas.
6.¿Por qué los otros oficiales experimentan un sentimiento de "malicia" cuando el soldado le anuncia a Manuel Zapata por primera vez que lo busca un viejecito arrugado, con manta y un canastito?
7. Si pudieras entrevistar a Manuel Zapata ¿qué le preguntarías?

Lectura 6º Básico



Juventud con mochila






“A los jóvenes de distintas décadas les ha tocado vivir diversas situaciones que van conformando una época. Estas épocas han quedado caracterizadas externamente por la moda: pelos cortos, pelos largos, pantalones ajustados o pata de elefante, de tela o de mezclilla, barbas o colas, aros, tatuajes, etc. Siempre la juventud se identifica con un modo de representar su época. Hoy son los piercing , los pelos con cola o rapados, pantalones gastados o que muestran la ropa interior, los tatuajes; dependiendo de la “onda” del joven. Pero si hay algo que unifica a todos los jóvenes de la época actual es la mochila. Donde hay mochilas, hay jóvenes; donde hay jóvenes hay mochilas. No importa la situación socioeconómica, no importa si es estudiante secundario o universitario, del campo o de la ciudad, todos llevarán en sus espaldas una mochila. Esta prenda, además de ser práctica y útil, ha pasado a ser un símbolo del ser joven.Este símbolo es más profundo de lo que uno cree. La mochila refleja la otra mochila que, como sociedad, le hemos colgado a los jóvenes en sus espaldas. Ahora, comunicacionalmente, se nos muestra la juventud como la única etapa de la vida que vale la pena vivir: los nisños quieren ser jóvenes, los viejos quieren ser jóvenes, todos quieren lucir jóvenes. Sin embargo, esta etapa, que se presenta como la felicidad misma, cargada de libertad e irreverencia, está también llena de dolor e incertidumbre. Ser joven, es ser un producto. Un producto que vende y que, por lo tanto, hay que utilizar a toda costa. Pero por sobre todo, lo que más me duele de esta mochila que le hemos colgado en las espaldas a estos jóvenes, es el miedo que ellos tienen a equivocarse, a fracasar. De alguna manera les hemos dado a entender que si no rinden, que si no son exitosos, no los vamos a querer. Los hemos hecho crecer en una inestabilidad afectiva. El joven actual creció experimentando la separación de los padres, vivida en experiencia propia o en la de sus amigos. Tal vez por esto creció creyendo que si no rendía, si no satisfacía a quienes lo rodean, si no llenaba las expectativas que de él tenían, se separarían de su cariño. Probablemente esa es la mochila más pesada que todos llevan en sus espaldas y que los unifica como jóvenes.ESta mochila es algo cultural que va más allá de lo que nosotros le podamos transmitir como papás. El joven podrá vivir en armonía y cariño entre sus padres, pero la cultura le inculca que eso, en cualquier momento, se puede terminar. Podemos decirle que más allá de como le vaya en la vida, siempre los vamos a querer, pero la cultura que lo rodea le estará inculcando otra cosa: si no rinde, no lo vamos a querer. Ya no está en nosotros quitarles esta mochila, pero con nuestro cariño y comprensión, podemos alivianárselas. Ese cariño muchas veces se demostrará dándoles tiempo o siendo firmes y “rayándoles la cancha”. Cada vez que nos acerquemos a un joven, recordemos con paciencia, que nosotros también fuimos jóvenes y que tuvimos la ventaja de crecer sin una mochila a nuestras espaldas.”



Felipe Berríos, S.J. en el Mercurio.

Actividades

Luego de la lectura, responde:

1. ¿Quién es emisor del texto? ¿Cuál habrá sido su propósito al escribirlo?

2. Basándote en la lectura, ¿Cuál es la mochila que llevas en tu espalda?

3. ¿Qué simboliza esa mochila?

4. Explica la siguiente frase "La mochila refleja refleja la otra mochila que, como sociedad, le hemos colgado a los jóvenes en sus espaldas?

5. Escríbele una carta a tu mochila, donde le expreses la que ella significa para ti.

6. ¿Qué le dirías a los jóvenes si tu fueras una mochila?





Lectura 5º Básico

Lee el siguiente texto.


La luciérnaga


“La luciérnaga pertenece a la familia de los escarabajos, como también la chinita. Estos insectos son muy especiales. La chinita tiene un cuerpo semirredondo y rojo con pintas negras: seis patas (igual que todos los insectos) bien cortas y sus alas se ven sólo cuando vuelan, además no todas tienen el mismo número de pintas negras.
Pero la luciérnaga es más curiosa aún, pues es el único insecto que en la oscuridad brilla. El macho y la hembra son diferentes, pues él es más pequeño, mide 1 cm y ella mide 1,5 cm. El macho puede volar; en cambio la hembra, que no tiene alas, parece gusano, por eso le dicen “gusano de luz”. Los dos tienen la boca pequeña y los ojos grandes y salidos. Viven en lugares húmedos y sombreados, donde buscan caracoles para alimentarse.
Los científicos aún no saben con seguridad como iluminan las luciérnagas. Ellos suponen que la luz se produce debido a la mezcla de sustancias químicas que tiene su cuerpo.
Pero si hay un hecho seguro: producen luz sin ningún gasto de energía eléctrica; pueden controlarla, ya que no siempre billan”.



I. Item verdadero y falso ( 1 punto c/u)

Coloca una V si la afirmación es verdadera y una F si es falsa.Justifica las falsas.

1……… La luciérnaga y la chinita son escarabajos.
..................................................................................................................
2……… Todas las luciérnagas tienen luz y vuelan.
.................................................................................................................
3……… Todos los insectos tienen seis patas.
...................................................................................................................
4……… Las chinitas tienen la misma cantidad de pintas negras.
.........................................................................................................................
5……… Los escarabajos hembras tienen la boca más grande que los machos.
.........................................................................................................................
6……… Las luciérnagas hembras se alimentan de caracoles.
..........................................................................................................................
II. Item selección múltiple

Lee detenidamente cada pregunta y encierra la alternativa correcta.

1. El objetivo del texto leído es:
a. Hacer publicidad.
b. Dar una opinión.
c. Informarnos algo.
d. Dar instrucciones.

2. En la oración: “La luciérnaga pertenece a la familia de los escarabajos”. Un sustantivo común/colectivo es:
a. Luciérnaga
b. Familia
c. Escarabajos
d. Pertenecen.

3. En la oración: “Las luciérnagas viven en lugares húmedos”. Un adjetivo calificativo es:
a. Luciérnagas
b. viven
c. lugares
d. húmedos.

4. Según el texto, las luciérnagas y las chinitas…
a. Son gusanos de luz
b. Ambos son insectos.
c. Tienen una mezcla de sustancias químicas.
d. El macho y la hembra son diferentes.

5. ¿Cuál es adjetivo demostrativo que falta en la siguiente oración?
“ …….. chinita tiene pintas negras”
a. Mi
b. La
c Esa
d. Tus

6. En la oración: “Los científicos aún no saben con seguridad como iluminan las luciérnagas”. La palabra subrayada es un…
a. Sustantivo abstracto
b. Adjetivo calificativo
c. Adjetivo posesivo
d. Sustantivo propio.

7. ¿Cuál de las siguientes palabras del texto es aguda?
a. Escarabajos
b. Oscuridad.
c. gusano
d. Luciérnagas.

8. ¿Cuál es el adjetivo posesivo que falta en esta oración?
“ Las luciérnagas tienen …….ojos pequeños”
a. los
b. aquellos.
c. sus
d. muchos.

III. Item desarrollo
1. Escribe un texto imaginando que tú eres una luciérnaga